La posibilidad de lo imposible
Uno
Mi cuñado Urko está grave. Ha dejado de funcionarle el hígado. Hace unas semanas ya nos dijeron que no había ninguna solución, que tenía metástasis y el hígado invadido y que era poco probable que pudiera sobrevivir más allá de cuatro o cinco meses, así que ya habíamos pasado por el shock inicial en silencio y toda la familia estaba preparada para el desenlace, pero después de esa primera sesión de quimioterapia, su caída ha sido en picado. Ahora está con morfina y ya no abre los ojos. Nos han dicho que es cuestión de días. Lo que su corazón aguante. Pero es un corazón joven y fuerte, así que estarán pendientes de su grado de sufrimiento para proceder a sedarle ya de forma irreversible. Jon acaba de irse para el hospital y yo me he quedado con los niños, que lo están viviendo de forma tranquila. Todos en realidad hemos vivido las noticias y el proceso de forma tranquila, incluido el mismo Urko. Ya lo he dicho otras veces. En mi familia política no caben los grandes estruendos ni los dramas a gritos. Siempre los he visto a todos como los puntos que se entrelazan en una red de malla. Perfectamente unidos, sosteniéndose los unos a los otros sin estridencias, sin irregularidades, en una sujeción segura, firme y constante. He aprendido mucho de ellos. Muchísimo. Son un ejemplo para mí de lo que siempre he querido que fuera una familia. El lugar donde te refugias y nunca del que huyes.
No sé bien qué más puedo decir al respecto. No es precisamente el mejor de los post para empezar un año, supongo. Pero es el único que puedo escribir, me temo. Ya sabes. Cuando las cosas no van bien, siempre prefiero esto. Más espacio. Más intimidad. Menos ruido.
Materias
Seguimos igual. Ya le han sedado, así que esperamos que se apague en cualquier momento. Jon no ha querido que fuera a verle. “Mejor que tu última imagen no sea esa, Ari, porque el que está en esa cama ya no es él.” No he insistido. Aún a pesar de que ya conozco bien cuál es el aspecto que tienen los enfermos ante la muerte inminente. Como se les afila la cara y se les hunde el mentón, volviéndose casi sarmiento. Lo vi en mi padre y lo vi en Teo. Siento mucho que Jon lo esté viendo ahora en su hermano. Siento dolor por su dolor. Ojalá pudiera quitarle un poco. No sé. Compartirlo de algún modo, como el que sujeta una mochila. Pero el duelo es así. Personal e intransferible. Solo puedo permanecer al margen, no estar por en medio, no estorbar y dejar que el aire siga circulando y los relojes avanzando. El dolor no desaparecerá, pero se hará más llevadero. Sedimentará. El otro día le decía a Carlos que cuando necesito consolarme por la muerte de alguien querido, siempre recurro a una frase muy buena que escuché una vez en una película muy mala: “No morimos, porque la materia no muere. Solo se transforma.” Es el paradigma de la racionalidad, lo sé. Nada propio de esos “pequeños seres imperfectos y emocionales” que por suerte o por desgracia somos todos. Pero pensarlo me ayuda. Seres que mueren para transformarse en otra cosa. En otro tipo de materia. En átomos que darán nuevas formas a otros átomos. No deja de ser un pensamiento constructivo, la verdad.
He cogido un maravilloso resfriado de fin de año (o de comienzo). Soy todo mocos, escalofríos y coj-coj. Bonito regalo de 2019. Anoche me tuve que levantar de madrugada para tomarme una aspirina porque el dolor de cabeza no me dejaba dormir. Jon estaba haciéndose un café (a las cuatro de la madrugada. Muy representativo de lo que debe ser ahora mismo su cabeza). Me abracé a su espalda como un pulgarcito y le pregunté si estaba bien. Me dijo “menos mal que no eres tú.”
Es la tercera vez que me dice eso. Muy representativo de lo que debe ser ahora mismo su cabeza.
Lo breve
El duelo ante la muerte no está bien preparado. Ya lo dije una vez. Está hecho ex profeso para sufrir. Echo de menos entierros laicos. Celebraciones donde pueda uno recordar cosas buenas del que se va, poner algo de música y evitar toda la parafernalia religiosa que se desplega alrededor del rito. Prescindir de curas, velones, jesucristos, misas, plañideros, velatorios, exposición de féretros, besamanos. Dolor. Jesús solía reírse mucho de todo eso. “Échame a algún contenedor y ya.” Cada vez que piso un tanatorio se me ocurre que igual no es tan mala idea. Que te recuerden riéndose es casi un planteamiento perfecto. Como aquel conocido que pidió ser incinerado y esparcido por los baños de la Joy Eslava. Ahora los que le lloraron no pueden evitar contar su entierro con carcajadas. No sé si puede haber algo mejor que eso. Reírse, reírse y reírse. “Quiero que me incineren y que esparzan mis cenizas por las nieves del Kilimanjaro, pero después de haber subido en chancletas.” “Pero… ¿¿por qué??” “No sé. Por joder.” Algo así. Al fin y al cabo todos nos terminaremos. Antes o después, pero nos terminaremos. Seremos “materia en transformación.” Quiero que se rían conmigo en vida y quiero que se rían conmigo en muerte. Quiero imaginarme como una batería de móvil sin recarga. 25%… 15%… 5%… out. Ya está. Cero dramas. Igual alguna nota manuscrita junto al frigorífico: “No llores Jon, si en unos años vas a seguirme, pavo. O que te crees.” Eso es. Algo así.
Bueno. Mientras, inspiremos aire… expiremos aire… sigamos oxidándonos. Por ahora, no hay nada más maravilloso.
Día de Reyes
Ya sé que te debo un podcast y una viñeta. Es que este fin de semana estoy exento. Por varios motivos en línea. Te los cuento.
1. Ayer era día antes de reyes. Eso suponía cabalgata, compras de última hora y cuidado de abuelito político en el hospital (esto no es habitual del día de reyes, pero me tocó igualmente). Además sumé un pico alto de resfriado con fiebre y bocos, lo que hizo que tooooooooooooooodo el día fuera muuuuuuuuuuucho más lento y espeso en cuanto a reacción mental.
2. Hoy es día de reyes. Eso supone roscón, canelones, regalos, juegos, guerras, malabares, pimpampunes… o sea, masacre en familia. Tengo que respetar la masacre en familia. La masacre en familia es importante. Sobre todo porque hay que hacer reír al espartano. Hacer reír al espartano es mi misión importante de domingo. Y nos han traído cinco rifles nerf, así que… se está consiguiendo con creces.
Lo más bonito del día de hoy: LOS REYES ME HAN TRAÍDO UNA MÁQUINA ARCADE CON PACMAN, TETRIS, SPACE INVADERS ET-CÉ-TE-RA.
Lo más mierda del día de hoy: uno de mis regalos estrella para Jon, que era un smartwatch, ha venido con la correa partida, así que no lo ha podido estrenar. Mecagoenmelchor.
Y ya. Mañana es fiesta, así que me da tiempo a hacer todo lo que debería haber hecho y no hice. Hablarte, dibujarte, contarte que he perdido cinco kilos (again), limpiar los baños…
Retomamos
Hoy he ido a la peluquería. Ya no sé lo que he contado, lo que no y lo que he dejado a medias, porque estoy pasando unas semanas de giros infernales, con mi casa en venta, con la compra de otra en ciernes, con Jon&tribu pendientes de un traslado, con mi suegra en el hospital porque se ha caído y se ha roto cinco costillas, con Pedro en crisis de ida y vuelta… En fin. Días en los que cabeza y manos no me han dado más de sí. Así que retomo el blog con la cosa más absurda y subnormal del mundo: hoy he ido a la peluquería.
No. No estoy guapo. Me he quitado las greñas, pero llevo aún el peinado ese que te dejan todos los peluqueros del mundo cuando dices “solo secar”. Como de monaguillo hipster. No veo el momento de meter la cabeza debajo del grifo y recolocar mis rizos en su estado natural. Lo habría hecho ya, pero hoy teníamos siete posibles compradores que venían a ver la casa. Odio enseñar la casa. ¿Te he dicho que odio enseñar la casa? lo odio. Se supone que debería ser utilizar un mismo guión de “Esta es la entrada, tiene vigas de hormigón, calefacción por caldera, pasillo blablablabla…” en plan presentador de telediario pero luego nunca es así ¿sabes? nunca. Porque siempre tienes que enfrentarte a alguien que sabe más que tú y te hace preguntas inquisitivas. Y ahí, si eres Jon, entiendes de construcción, tuberías y planos y puedes responder, pues bien. Pero si eres yo, que no sé ni qué cojones es una bajante, pues pasa lo que pasa. Que empiezo a tartamudear y agobiarme y termino quedando como Cagancho en Murcia. Que al final más que vender una casa sana, bonita y luminosa, parece que les estoy intentando colar un cuchitril victoriano, con un cadáver emparedado entre la buhardilla y el trastero.
Odio enseñar la casa. Eso es en resumen lo que quería decirte. Pero vuelvo. Ya vuelvo. Ya estoy aquí. Retomamos.
Luz
Igual es un poco tarde para ponerme a escribir ¿no? he pasado las horas de luz útiles estudiando porque luego cuando anochece, el cerebro me deja de funcionar y las ideas se me quedan flotando en una sopa de barro mental. De hecho, tampoco debería estar escribiendo, porque este post terminará siendo una mierda. Todos mis post nocturnos lo son. Creo que yo en el Polo Norte, terminaría suicidándome. No necesito para nada el sol, pero sí necesito fervientemente la luz. Sin luz, soy un bicho bola. Cuando no hay luz, mis problemas se hacen densos y JODIDAMENTE ENORMES. Luego, cuando amanece y los retomo, siempre pienso “ah bueno… pues no son para tanto…”
“Donde liba la abeja, libo yo. Y en el caliz de una prímula me tumbo.”
Hoy hemos estado haciendo recuento de trastos, para empezar a ir deshaciéndonos de todo lo que tenemos amontonado en casa para nada y porque sí (o sea, uno de nuestros inventarios panaporsi). El resultado ha sido terrorífico. Desde somieres plegables que no recordamos quién trajo, hasta patas de mesa que no sostienen ninguna ídem. Vamos a empezar a ir llamando al ayuntamiento para que se vayan llevando nuestro ajuar de basura por tandas. Jon me ha señalado con el portarollo de embalar y ha dicho “lo único peor que una mudanza es una mudanza sin organización”. Me llena de ternura que después de tantos años conmigo aún piense que puede sacar algún orden lógico de mí ¿Cuánto tardaremos en mudarnos? ¿dos meses? ¿cuatro? ¿seis? Tengo tiempo de sobra para volver a levantar otra montañita de mierdas panaporsi. Solo déjame veinte minutos en la buhardilla vaciando armarios y verás.
Estos días me debato entre la emoción del cambio (vivan los cambios) y la angustia de no estar preparado para afrontarlo. Me preocupan mil cosas que vienen en mil direcciones diferentes y no sé si voy a tener raqueta para tanta pelota. Me preocupa mi trabajo, mis alumnos, mis exámenes, mis análisis. Me preocupa la tribu, la casa, la venta, la mudanza. Me preocupa la organización financiera, la hipoteca, las escrituras, el reparto. Me preocupa Jon. Me preocupa Pedro. Me preocupan los gatos.
Me preocupa todo. Necesito que vaya haciéndose de día.
Cataclismo
Menos mal que dije que no iba a escribir más por las noches…
Seguimos con el festival de enero. Mi cuñada tiene embarazo de riesgo así que ahora ella está encamada y nosotros cuidando de mi sobrino. Durante un par de semanas seremos dos Arieles en casa. Hoy he oído a Simón y a Pedro decirse: “¿Le puedes decir a Ariel que suba?” “¿Qué Ariel?” “El bueno.”
El bueno. Si para Pedro soy el bueno, imagínate como será el otro. Un tornado de bolsillo. María está feliz de tenerle aquí, claro. Es el perfecto Igor para la Doctora Frankestein. Juegan, saltan, luchan, maquinan… Mi cuñada me lo ha dejado con libro de instrucciones. “El niño está acostumbrado a comer solo comida orgánica y bebe leche vegetal.” No sé qué es la comida orgánica. Espero que la calabaza, la zanahoria y la patata del mercadona, porque es lo que se han cenado hoy. Eso y dos filetes de merluza. ¿La merluza es orgánica? ¿Y el merengue? ¿el merengue es orgánico? porque también les he comprado uno a la salida del cole. Supongo que los antiazúcar me crucificarían vivo. Clavarían los pocos restos de mí que hubieran dejado antes los antihuevo. Me encanta el merengue. Y me encanta la pastelería donde los compro. Es de esas antiguas que huelen a galleta y tienen bolsas de caramelos de violeta en el mostrador. De esas donde el pastelero te envuelve los dulces en papel burdeos y te los ata con una cinta roja. Aún así lo de comprarles merengues para un viaje en coche no ha sido la mejor de las ideas. Hemos llegado los tres con merengue hasta en las orejas.
Estoy contento de que esté Jon en casa. Estabiliza mi inestabilidad. Nos repartimos las angustias como en un columpio balancín. Ahora subes tú/bajo yo. Ahora bajas tú/subo yo. Supongo que en realidad nos emparejamos para eso. Para tener punto de apoyo. Por eso estar solos no es el fin del mundo, pero es mucho más cansado.
Tenemos ofertas para vender nuestra casa, pero seguimos sin encontrar una nueva. Yo ahora estoy angustiado por los exámenes, así que he colocado mis agobios en fila india y los voy afrontando de uno en uno. Creo que es la única forma de sobrevivir a este cataclismo. Hoy: exámenes. La semana que viene: trabajo. Dentro de dos findes: “no te preocupes, que esto de estar viviendo debajo del puente de la M30 es temporal…”
Todopenas
Pelotas
Batallones
He aprobado el examen del día 14, pero mi nivel de aturullamiento es tal, que ni siquiera he tenido tiempo de alegrarme por ello. Es más… ni siquiera he tenido tiempo de decirte que me había examinado el día 14. ¿Verdad que es estupendo? no sé cómo sobreviviremos a esto. Demasiadas cosas a la vez. Intento dispersar al batallón de problemas que me vienen en tromba espada en alto ¿eh? LO INTENTO, pero me sale regular. Ayer me pude dormir sobre las dos y media de la madrugada. Soy una maraña de pensamientos y angustias vitales. Hoy en el trabajo era un poema de bostezos y mirada de burro. A mi lado, Jon se mantiene estable y contento. Hoy me ha traído una botella de cava y una caja de gambas. “Para celebrar el éxito.” “¿Qué éxito?” “El que seguro tendremos.” Ah, ok. Eso es fe, amigo, y lo demás son tonterías.
Los compañeros optimistas son un bien en extinción. Si tienes uno, mejor sujétale fuerte.
Tenemos una oferta por nuestra casa que nos cuadra. Diez mil euros por encima de lo que necesitábamos. Me la han hecho hoy telefónicamente y me he quedado a cuadros. No me la esperaba para nada. De hecho creo recordar que hasta he tartamudeado “Oh…ah…uh… vale, lo consulto y le llamo.” Solo hemos pasado quince días en el circuito de venta. O la pusimos demasiado barata (cosa que dudo, porque a mí me parece un pastizal) o hemos tenido una suerte cojonuda. La cosa se acelera y siento vértigo premonitorio. Aún no tenemos dónde meternos, porque la ÚNICA casa que le gusta a Jon tiene tres inconvenientes:
1. Vale 35.000€ más de lo que teníamos en presupuesto.
2. Ni la he visto, ni la podré ver hasta el sábado porque ESTOY MUY LEJOS.
3. Actualmente, los propietarios están viviendo en ella (ya casi puedo visualizar a un Ariel Nepomuk pasando por encima de una abuela propietaria para coger una camisa del armario).
En resumen: nuestra casa se vende y no tenemos dónde ir. Y no sé cómo reorganizar mis estudios. Ni mis alumnos. Ni mi trabajo. Ni la gestoría. Ni…
Y Jon está un día fuera y otro también.
Y sigo con una María duplicada en un miniAriel que me tienen hasta el escroto al alimón.
Y a mi suegra aún no le dan el alta, porque le han drenado un pulmón y sigue con antibióticos.
Dice Jon que no me angustie. Que respire. Que me centre en el último examen que me queda. Que en el contrato de arras pactaremos un tiempo adecuado para abandonar nuestra casa y entregar las llaves. Ok. Vale. Bien. No me preocupo entonces.
-Necesitaremos un tiempo para la entrega de llaves.
-Claro, no hay problema. ¿Qué tiempo creen que necesitan?
-Mmmmmh… no sé… ¿diez años? bueno, mire… ponga once.
El bicho bola
Estuvimos hablando con el matrimonio que nos quiere comprar la casa cerca de una hora. No entiendo muy bien por qué. Machadas alfa. Yo no tenía nada que hablar porque ya nos daban 10.000€ más de lo que habíamos previsto, y por mí lo único que había que hacer era aceptarlo sin más, pero Jon quería mantener la oferta en frío por si surgía otra mejor. Lo dicho. Machadas alfa. Negociaciones de lobo para las que yo no sirvo ni serviré. Después de pactar con ellos 24 horas para pensar su oferta (que ya tenemos pensada desde ayer), estuvimos revisando los expedientes de las cinco casas que veremos entre el sábado y el domingo. Esta vez iré yo también. Hice un cuadrante con la distribución de las horas. Soy muy amigo de hacer cuadrantes para todo que luego nunca sigo. Calculamos el viaje y el trayecto, y pusimos una a las 10:30, otra a las 11:45h, otra a las 12:30h… Ahora somos los pirados de las casas. Saltaremos de una a otra como dos oompa loompas, desplegando el metro extensible por suelos y paredes. Una vez terminado mi cuadrante inútil, estuve hablando con Hacienda para informarme sobre un requerimento que recibí anteayer, diciéndome que mi trabajo como profe en 2017 no estaba bien declarado, y que les debía 137,58€. Yo lo había revisado por la mañana y era verdad, así que solo quería alegar que no alegaba nada. Si otros defraudan por pasarse de listos, yo lo había hecho por pasarme de tonto. Muy habitual en mí. Cuando terminé con Hacienda, llamé a mi suegra para coordinar con ella el ir a buscarla mañana al hospital cuando tuviera el alta, para llevarla a casa y evitar que le diera por conducir con sus cinco costillas rotas, cosa de la que hubiera sido perfectamente capaz. De conducir, de derrapar y hasta de levantarte el dedo corazón por la ventanilla. Mi suegra es mucha suegra. Con costillas rotas o sin ellas.
Para cuando terminamos de organizar nuestro salvamento de guardianes de la galaxia, nos habían dado ya casi las cinco de la tarde. Jon dijo “pues yo me voy a ir yendo al trabajo para aprovechar lo que me quede de jornada”. Yo le dije “sí, casi que yo también. Guardo todos los papeles y me piro.” Adiós-adiós-beso-beso, y Jon se fue. Yo me senté en la cama, abrí la mochila coloqué los papeles desplegados sobre el edredón, miré el reloj, pensé “ya es tarde, mejor si me doy prisa” me recosté un poco… Y me desperté media hora después, con el moflete pegado a mi expediente de liquidación provisional de la Agencia Tributaria.
Siento que empiezo a mutar en bicho bola. Te lo dije. Demasiado recorrido ya con el depósito de reserva.
Oh Capitán, mi capitán
Mañana es el cumpleaños de Jon K. Mi Jon K. O rey de las vigas maestras. Espartano inquebrantable de los mil ejércitos. Comandante de las cuatro nepotribus. Otros años le he montado cosas espectaculares. Batallas de paintball, paseos en coches de Fórmula 1, pilotajes de vuelo sin motor… Este año le he montado una tarta del Mercadona de Peppa Pig y una meriendacena con fantanaranja, medianoches de salchichón y patatas fritas. Y no por una cuestión de presupuesto, no. O al menos no de presupuesto económico, sino de presupuesto mental. Simplemente, este año no doy más de sí. Me di cuenta de que era su cumpleaños una semana antes. Y él, viéndome como me veía, buceando en mares de nervios y ansiedades por un futuro improvisado, tampoco quiso decirme nada. Así que anteayer les dije a los chicos “tenemos que montarle una fiesta a Jon. Por favor, ayudadme.”
La ayuda infantil para montar fiestas de cumpleaños no es que sea precisamente la mejor idea del mundo. Y si la horquilla de edades de los organizadores va desde los 5 hasta los 29, pasando por los 14 ya ni te cuento. Al final acabas encontrándote con un menú de lo más ecléctico, donde se cruzan nécoras con bolsas gigantes de ganchitos, y cuencos de cacahuetes entre blinis con caviar. Cuando hemos llegado a casa, Jon me ha ayudado a vaciar las bolsas del super con una media sonrisa. Con cada cosa que sacaba, la sonrisa se iba ensanchando. María y Ariel Jr. se ponían de puntillas asomándose a la encimera levantando cosas inverosímiles “MIRA PAPÁ, PATATAS QUE SABEN A HUEVO FRITO” “PAPÁ MIRA, GOMINOLAS DE CHOCOLATE PARA TU FIESTA”. Todo era supercutre y magnífico. Y la tarta. Peppa Pig. Por dios, Peppa Pig… ¿hay algo más maravilloso que un hombre de 44 tacos soplando velas sobre una tarta de Peppa Pig? Pedro se ha desmarcado de toda culpa. “Lo de la tarta ha sido Ariel. Yo quería una de Star Wars.” Jon ha levantado una ceja: “Hombre, Pedro… me vas a comparar Star Wars con Peppa Pig.” María se ha asomado sobre el dibujo de azúcar glass. “¿Es chica o chico?” Yo he ladeado la cabeza como un husky. “Es cerda, creo. Porque lleva falda vaquera.” “¿Y por qué tiene los dos ojos juntos?” “Al otro lado tiene los otros dos. Es una cerda multivisión.” “¿Qué es pulisivión?” “Que lo ve TODO.” “¿Como la yaya?” “Pueeeeeeessssss más o menos.”
Realmente, es evidente que hay muchas formas de hacer inolvidable un cumpleaños.
No era esto
Our House
A mi espalda
Acabo de llegar a casa. A estas horas. Cuando faltan veinte minutitos para las doce de la noche. Maravilloso ¿verdad? Bueno, por lo menos sigue siendo mi casa. Ya le queda bien poco de serlo. Esta semana firmamos arras y señalización. Jon ha estado esta tarde con los compradores. Son muy majos. Creo que cuidarán muy bien de nuestra casona destartalada y de mi buhardilla lemúrida. Nosotros seguimos sin tener casa. Mañana iremos a ver otra. No estoy siendo de mucha ayuda con los casting-casa. No me gusta ninguna. Tienen demasiadas escaleras, las habitaciones son pequeñas, las buhardillas tienen vigas raras, los jardines tienen mucha selva, los sótanos están fríos, las chimeneas huelen a humo, los baños tienen uno de esos putos absurdos bañerones de hidromasaje… ¿En qué coño pensará la gente cuando mete esos estúpidos mamotretos en un baño? ¿en hidrosexo? ¿en sentirse por un momento como una estrella del rock? no termino de entenderlo. Me parece tan paleto como lo de las pantallas de televisión de 85.000 pulgadas en salones de dos metros. Empiezo a pensar que bañeras, televisiones y coches vienen a ser como una compensación psicológica del micropene. Si no, no se entiende.
Estoy refunfuñón. Es porque estoy cansado. Ya he terminado los exámenes y hoy la profesora de hiphop me ha llamado clasista por decir que a los bailarines de clásica se nos distingue entre mil. Sin embargo, se nos distingue. Una vez, sentado en una banqueta de un bar de la Gran Vía, un tipo estrambótico vestido con capa y sombrero me dijo “tú eres bailarín de ballet.” Yo no estaba haciendo nada en particular. Solo estar sentado. Así que debí de poner cara de oveja. “¿Por qué lo dice?” “Por tu espalda.” Ea. Pues por mi espalda. Lo cierto es que llamarme clasista a mí, que precisamente estudié con beca porque en aquella época dependía de los servicios sociales, tiene coña, pero bueno. Tampoco voy a explicárselo a la muchacha. Yo nunca explico nada. Soy perezoso en los enfrentamientos. Siempre prefiero comerme las tortas y desaparecer. Si hay algo que he aprendido todos estos años es que quien no quiere entender, no entiende, así que… para qué gastar salivas. Las peleas me gastan energías y estos días no arrastro muchas. Así que lo dejaré tal cual. Ella pensará que soy un estúpido subidito y yo dejaré que lo siga pensando.
Sigo angustiado por el futuro incierto. Anda, dime que todo va a salir bien.
“Dime que me quieres, Johnny. Aunque sea mentira.”
Que no me gusta escribir de noche
Quería escribir a eso de las nueve porque llevo una semana muy de mierda loca (o loca mierda), pero Jon regresaba hoy de Zaragoza pilotando un trasto volador, tenía que volver sobre las seis y media y eran las ocho y no había aparecido, así que he gastado mi tiempo de escritura en cagarme vivo, estar pendiente de los telediarios y llamar a todos los teléfonos de la agenda para ver si alguien me daba alguna noticia al respecto. Al final no ha pasado nada y he podido contactar con él cerca de las diez, así que… usaré las pocas neuronas vivas que me quedan a estas alturas de noche para quejarme (otra vez) de lo de haber vendido nuestra casa y no tener aún a dónde ir.
¿Te he dicho que hemos vendido nuestra casa y no tenemos aún a dónde ir?
Jon sigue sin estar preocupado. Por el contrario, le noto bastante feliz por haber vendido bien la casa. Hemos pactado dos meses máximo para la escrituración y uno más, para abandonar la vivienda. Como en tres meses no tengamos nido, vamos a pasar un veranito de lo más chupi. Ahora pasamos nuestras tardesnoches mirando casoplones. Los que molan muchísimo están en mitad de la nada y los que no están en mitad de la nada, nunca son perfectas. Ni siquiera sé si existe realmente la casa perfecta. Vimos una el martes que se asemejaba bastante, pero tenía cinco pisos. Cinco. Y otro tramo más de escaleras hacia abajo para salir al jardín. Era una casa como para que nunca te fallara ninguna pierna. La buhardilla era espectacular. 40 m2 diáfanos e impecables. Y en la planta sótano había 50 m2 también diáfanos para hacer una sala de cinebillarpinpongnepomukadas. Cincuenta metros. Madre mía. He vivido con un perro, dos gatos y un tratamiento de quimioterapia en espacios bastante más pequeños que la mitad de ese sótano. ¿Te das cuenta de lo que puede girar una misma persona en cuestión de un puñado de años? Jon hace muchos números. Dice que ahora necesitaré un coche híbrido. No sé por qué dice “necesitarás” y no “necesito”. Siempre piensa en lo que tiene que facilitarme y nunca en lo que tendrá que buscarse él. Creo que se siente culpable por arrastrarme con su traslado. Sin embargo, a pesar del caos de estos días y de mi nivel de hiperventilación angustiosa, creo que será un cambio bueno para mí. Estoy pactando con mi empresa una reducción de jornada del 75% y eso me dejaría las tardes libres para poder dedicarme (por fin) a escribir, dibujar y dar mis clases sin tener que terminar las jornadas a las doce y pico de la noche. Solo eso ya mejoraría mucho mi estado emocional.
Es solo que ahora mismo me cuesta verlo todo en perspectiva positiva y solo me centro en que HEMOS VENDIDO NUESTRA CASA Y NO TENEMOS AÚN A DÓNDE IR.
Hoy he recibido una declaración de amor muy cortita de alguien de mi grupo de alumnos. Tan cortita, que solo era un corazón rojo dibujado en un papelito doblado en cuatro trozos y dejado dentro de mi bolsa. No sé quién ha sido pero me lo puedo imaginar. A estas alturas estará pensando que no lo he visto, o que soy un estupidito por no haber comentado públicamente nada al respecto. La verdad es que mis alumnos no me guardan ni la más mínima distancia. No sé si eso es bueno o malo. Hoy les he enseñado acrobacia y nos hemos divertido MUCHO. Al final me he venido un poco arriba con la demostración y me he lanzado directamente a los triples laterales, y a la posibilidad de romperme el cuello y quedarme para el resto de mi vida en formato Monchito. Cada vez que volvía a la posición vertical de ser humano sensato y normal, veía sus 16 miradas de hostiaputasenosmata fijas en mí. Creo que mi insensatez de lemming también tiene mucha relación con la liberación de stress. No te extrañe que cualquier día de estos me sorprenda la guardia civil yendo a trabajar en patinete de rísquili-rísquili por el carril central de la M50.
Va sin revisar. Perdón.
Ser Jon
Ya están firmadas las arras de la venta de nuestra casa y ya tenemos pactada la compra de la nueva. Todo va deprisa y en buen orden. Y en mitad de todo ese orden, estoy yo permanentemente al borde de un ataquito de ansiedad.
Todo me parece un mundo. Ante cualquier novedad, yo entro en pánico. “Los compradores quieren hablar con el presidente de la colonia…” “OH DIOS MÍO, VAMOS A PERDER LA COMPRA ESO NO ES NADA BUENO, LO SABÍA, SABÍA QUE ALGO NO SALDRÍA BIEN.” “Creo que voy a ofertar por esa casa 330.000…” “OH DIOS MÍO, VAMOS A PERDER LA VENTA, ESO NO ES NADA BUENO, LO SABÍA, SABÍA QUE ALGO NO SALDRÍA BIEN.” “Vaya… parece que va a llover…” “OH DIOS MÍO, VAMOS A PERDER LA VENTA Y LA COMPRA, LO SABÍA, SABÍA QUE ALGO NO SALDRÍA BIEN.”
Así todo el día.
Me gustaría poder decir que no soy yo solo. Que la desubicación mental es algo normal y que el resto de la tribu también está igual de atacada y nerviosa con la situación, pero mentiría. Soy yo y solo yo. Hasta Pedro y su compulsivo “yo también voy a la casa nueva” parece bastante más estable que yo. Yo no duermo. No como. No rindo en el trabajo. No me concentro en los estudios. Yo no nada. Nada en absoluto. Solo me despierto y me angustio hasta que me vuelto a acostar y me sigo angustiando. No me caigo nada bien estos días. Creo que no estoy sabiendo mantenerme a la altura de las circunstancias. Porque vienen muchos cambios. Muchos. Estaré lejos de la ciudad. Habrá montañas en la ventana de mi cocina. Tendré horarios nuevos. Pueblo nuevo. Vecinos nuevos. Espacios nuevos. Horarios nuevos. Ya no habrá militares alrededor, ni cuarteles. Tendré que recalcularme como un navegador GPS. Y tendré que hacerlo en una casa llena de cajas, con tres niños que necesitarán de mi coordinación, así que ya debería haber empezado a dosificarme la angustia, en lugar de ir por ahí derrochándola como un psicótico.
Y a la vez que digo esto, mastico y destrozo el capuchón de un bolígrafo como si no hubiera un mañana.
Y Jon. En el otro extremo del ring. Sonriendo con su gesto canalla de ceja levantada. Pasando de todo. Tranquilo. Pachorriento. Improvisando cada movimiento y saliendo vencedor por sus cojones. Yo le digo “hay que ir calculando el presupuesto para pintar esa casa” y él me dice “¿qué casa?” Siempre así. Conectándose y desconectándose a voluntad. “¿A qué hora nos levantaremos allí por las mañanas?” “Ya lo iremos viendo.” “¿Qué carretera nos vendrá mejor para bajar a trabajar?” “No sé. Ya lo veremos.” “¿Cuándo empezamos a hacer la lista de lo que nos llevamos?” “Pues el día antes de irnos.”
Jon cree que el único problema con peso para desesperarse en esta vida, es la muerte.
Necesito ser Jon. O empiezo a ser Jon, o pronto me dará un chungo.
Alma
Hemos estado mirando los planos de la casa nueva y me he ilusionado bastante. Luego se ha hecho noche cerrada, me ha dado la angustia absurda y me he preocupado por si no me acostumbraba a vivir en un sitio tan apartado y tan grande (ya ves tú. Yo, que he llegado hasta a dormir en un fotomatón). Después, tras la cena, me he puesto a mirar vinilos para la buhardilla y me he vuelto a ilusionar y a ponerme contento. Y más tarde he pensado en cómo vamos a coordinar lo de la pintura con la mudanza, y me ha vuelto da dar la angustia.
Vivo en perpetua montaña rusa. Entre maravillosomaravilloso y aymadreaymadre. Me dice Jon que me concentre en el próximo mes de julio. En el día de mi cumpleaños, cuando ya todo haya pasado y hayamos dejado el mogollón atrás. Que nos visualice sentados en la mesa de nuestro jardín, mojados y felices de piscina y haciendo una barbacoa para celebrarlo. Y yo cojo mi agenda-carpeta llena de papelotes y cuentas, golpeo el bolígrafo contra la tapa clic-clac y le digo que se nos ha olvidado meter la barbacoa en el presupuesto. Y él se ríe, sacude la cabeza y dice “Aaaaay, Ari…”
Alguien me ha dicho antes que igual necesito un psicólogo, pero no. No tengo yo personalidad apta para psicólogos (aunque decir esto pueda ser usado en mi contra). Tengo la ventaja de haber pasado mucho tiempo solo y haber podido conocerme en profundidad, así que ahora soy un imperfecto que se perdona. No pasa nada. Si me angustio, pues me angustiaré. Recurriré a las cosas que me desangustian. El sexo. Bailar. Mozart. Pintar las paredes. Los vodkatonics.
Ya. Eso último me ha quedado chungo. Lo sé.
Hoy le ha dado un tirón a uno de mis alumnos en un abdominal por un mal developpe. Se ha quedado doblado de dolor y cuando he intentado masajearle para estirarle el músculo, se ha contraído aún más, le ha faltado la respiración y se ha puesto nerviosísimo. Ha empezado a hiperventilar y a decir que se ahogaba, así que al final me lo he tenido que llevar fuera, donde las taquillas, para que se calmara. Allí se me ha puesto a llorar como un niño y me ha contado que tenía mañana examen de filosofía (¿?) y que lo iba a suspender porque aunque lo entendía todo, no era capaz de ponerle palabras. Me ha dado penilla. Para pasar de Platón a un abdominal jodido hay que tener realmente muy mal día. Cuando ya se ha calmado un poco, ha dicho “la gente se cree que a nuestra edad todo está guay, pero tenemos mucha presión”. Me han dado ganas de decirle “ay, muchacho…de presiones me vas a hablar tú” pero era su crisis y no la mía, así que solo le he dado palmaditas de ea-ea, le he devuelto el abdominal a su estado normal y le he ayudado en el autobús con los apuntes, explicándole el mito del carro alado y la escisión del alma irascible y el alma apetitiva. Creo que el pobre no ha entendido una mierda. Ya te conté que por las noches tiendo a explicarme como un libro cerrado. Aún así me lo ha agradecido mucho y se ha despedido como la reina de Inglaterra. Moviendo la manita desde la ventanilla.
Me caen bien mis alumnos. Estoy contento por no tener que dejarlos. Voy a gastarme en gasolina más dinero del que voy a ganar con la clase, pero ya sabes. A veces no se trata solo de eso.